Ser homosexual, asumirse como tal y expresarlo abiertamente siguiendo el dictamen de la propia conciencia, sin duda, constituye un ejercicio de autoafirmación y de valentía encomiables en un mundo en el que la mayoría de sociedades que lo conforman, en mayor o menor medida, son homofóbicas y, por consecuencia, tienden a reprimir y a estigmatizar a todos aquellos individuos que van en contra de la “norma”. Resulta curioso comprobar que antiguamente a los homosexuales se les designaba con el término de uranitas y, precisamente, en lenguaje astrológico sea el planeta Urano, el que rige todas las conductas que escapan a la normas sociales establecidas, sobre todo las más revolucionarias y aquellas que se sospecha que son susceptibles de desestabilizar el sistema de valores dominante. En este sentido, la Astrología también se adscribe al influjo de Urano, y no sólo porque los astrólogos sean otra minoría estigmatizada, que lo son, sino porque el conocimiento astrológico siempre ha estado perseguido o, cuanto menos, cuestionado y es considerado como una “desviación” del pensamiento racional. En otro sentido, el término “amistad”, que muchas veces se utiliza como eufemismo para designar las relaciones homosexuales, también lo rige Urano, planeta dominante del signo de Acuario y tradicionalmente identificado con las relaciones de camaradería y de amistad.
Ir contra corriente, apostar por la visibilidad y enfrentarse a la casi segura discriminación, la condena y el rechazo social, como veremos, puede hacerse desde diferentes enfoques y siguiendo variadas estrategias; no obstante, cualquier homosexual, antes de salir de la clandestinidad impuesta y de hacer visible su condición, deberá enfrentarse a sí mismo, a sus miedos o, como diría Marguerite Yourcenar, al disfraz de sí mismo. Contrariamente a la orientación heterosexual, que es asumida e identificada por cualquiera sin especial conflicto, la orientación homosexual, cuando toma cuerpo, suele revelarse enmarañada de sentimientos de confusión y de culpabilidad, que obligan a vivirla en secreto durante un tiempo, en ocasiones, todo el tiempo.
Reconocerse como homosexual y darse a conocer como tal con todas sus consecuencias, en ningún caso es fácil por muy idílicas que se exhiban determinadas “salidas del armario”. Expresar sin equívocos una orientación vital diferente a la dominante, es como dar un paso voluntario y al frente ante el pelotón de la crítica, la burla, el rechazo y la postergación, cuando no de la agresión. Contrariamente, permanecer oculto en el armario es abonarse a un desgaste psicológico de coste imprevisible. Ambas opciones, silenciar o expresar, exigen asumir riesgos, como toda liberación que se precie, que surge de una inapelable necesidad interna y se transforma en una identidad externa.
Cualquier persona que se vea obligada a abordar este trance, una situación límite, sin duda, presumiblemente lo hará según su particular carácter o, dicho en términos astrológicos, guiado por las consignas de su signo solar que es el que representa a su auténtico yo. El signo solar modula la percepción de la vida y la que uno posee sobre sí mismo y, en consecuencia, define el tipo de estrategia que el individuo adopta ante un determinado reto, en este caso doble, porque se trata de identificar y de asumir una orientación diferente a la dominante y, por tanto, con escasos referentes sociales y, por otra, de expresar abiertamente una condición homosexual en un medio ambiente que rara vez es favorable.